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El verdadero innombrable

Reforma (28-Mar-2005)

   
 

El hombre de quien se habla en tonos portentosos. De quien se habla con miedo. De quien se habla con admiración. El que todo lo mueve, todo lo controla, todo lo compra. El que está por encima de la autoridad del gobierno y la vigilancia de los medios. El que provee la mitad del Producto Interno Bruto. El que paga la nómina de más de 200 mil personas. El mexicano más conocido y el menos escrutinado. El que no necesita mover los hilos de la política porque controla las arterias de la economía. El quinto poder. El verdadero innombrable. Pero no es Carlos Salinas; es Carlos Slim.


Allí está. Cada vez más presente, cada día más influyente, cada día más diversificado. En los teléfonos fijos y en los teléfonos celulares; en la Bolsa y en las pastelerías; en las tarjetas de crédito y en la tarjetas telefónicas; en la remodelación del Centro Histórico y en su adquisición; en la lista de Forbes y en la vida cotidiana de los mexicanos. El cuarto hombre más rico del mundo con una fortuna de 23.8 mil millones de dólares. El dueño de la compañía de telecomunicaciones con mayores márgenes de ganancia a nivel internacional. El que controla 76 por ciento del servicio telefónico de larga distancia en la décima economía del mundo. El empresario a quien el gobierno de México le vendió una máquina para hacer dinero y la ha usado muy bien.


Porque nadie duda del talento, del olfato, del sentido empresarial de Carlos Slim. Compró un monopolio y lo ha convertido en un imperio, decisión tras decisión, inversión tras inversión, adquisición tras adquisición. Ha sabido -ante todo- cuándo comprar y qué comprar: Cigarrera La Moderna y Telmex y Sears y Prodigy y CompUSA y muchos intereses más. Ha sabido -ante todo- a quién ayudar y a quién prestar: Televisa y Ricardo Salinas Pliego y La Jornada y el Fideicomiso para el Centro Histórico y la publicidad de Telmex en la prensa del país. Ha actuado con inteligencia y con sagacidad; ha actuado con un gran instinto del timing y con un gran sentido de la oportunidad. Ha entendido cómo opera la relación co-dependiente entre el gobierno y la clase empresarial y los medios y la ha explotado en su favor. De allí el éxito; de allí el reconocimiento; de allí el pedestal sobre lo cual lo ha colocado el país. El Midas mexicano: todo lo que toca se transforma en un millón más.


Pero ése no es el punto. Con esa palmada colectiva en la espalda no debería acabar la discusión. Porque en lo que a la actividad de Carlos Slim se refiere, hay mucho que hablar, mucho que cuestionar, mucho que exigir. Porque lo que muchos mexicanos no entienden -o se rehúsan a asumir- es quién pierde cuando Slim gana. Quién transfiere riqueza mientras el señor Slim la acumula. Quién se queda sin opciones mientras el verdadero innombrable se adueña de ellas. Porque el perdedor en la construcción del imperio Slim tiene nombre y apellido. Sus datos aparecen en cada cuenta de Teléfonos de México y en cada recibo de América Móvil y en cada suscripción de Prodigy. El perdedor es el consumidor mexicano.


Ese consumidor sin voz, sin alternativa, sin protección. Ese hombre invisible. Esa mujer sin rostro. Esa persona que paga -mes tras mes- tarifas telefónicas más altas que en casi cualquier parte del mundo. Ese estudiante que paga -mes tras mes- una cuenta de internet superior a la de sus contrapartes en Estados Unidos. Esa compañía que paga -mes con mes- servicios de telecomunicaciones que elevan sus gastos de operación y reducen sus ganancias. Esa ama de casa que contempla -con estupefacción- los comerciales de Telmex celebrando que no ha subido las tarifas en los últimos cinco años, cuando han caído en todas partes menos aquí. Miles de personas con contratos de telefonía que no logran cancelar, con cobros inusitados que nadie puede explicar, parados en la cola de Teléfonos de México. Allí parados. Allí varados. Allí desprotegidos. Allí sin opciones.


Sin opciones porque la competencia real en las telecomunicaciones no existe en México. Nunca se dio; nunca fue permitida; nunca fue promovida. Porque el señor Slim controlaba "la última milla", controlaba el acceso de cualquier compañía a la línea telefónica de cualquier casa, controlaba la interconexión irremontable. Porque con ese control logró bloquear a la competencia. Porque todo pasaba -y sigue pasando- por Telmex. Porque el gobierno de México hizo muy poco para impedirlo, hace 10 años y ahora. Porque los reguladores mexicanos doblaron las manos y cerraron los ojos. Porque nadie alzó la voz en favor del consumidor. Porque nadie habló en nombre del interés público. Porque de un lado quedaron 100 millones de habitantes y del otro quedó la compañía de telecomunicaciones más lucrativa del planeta.


Hay quienes argumentan que ese arreglo era necesario, que ese acuerdo era indispensable, que esa concesión era requerida. Antes de su privatización, Telmex necesitaba inversión y Slim estaba dispuesto a proveerla. Telmex necesitaba infraestructura y Slim estaba dispuesto a crearla. Telmex necesitaba otorgar mejor servicio y Slim se comprometía a ofrecerlo. Y ha cumplido, pero a un precio muy alto. Con un servicio adecuado pero excesivamente caro. Con unas prácticas empresariales que han obstaculizado a la competencia y ordeñado al consumidor. Con una infraestructura de telecomunicaciones que reduce la competitividad del país y eleva el costo de producir en él. Carlos Slim tiene el mejor arreglo del mundo pero el consumidor mexicano tiene entre los peores.


Hoy por hoy, el poder de Carlos Slim en México es un poder innombrable. Del que casi nadie habla; del que casi ningún medio se ocupa; del que casi ningún periodista escribe; del que casi ningún intelectual habla; ése que ningún regulador mexicano se atreve a tocar. Por lo menos es un empresario nacional, dicen. Por lo menos invierte en México, dicen. Por lo menos está preocupado por el desarrollo del país y da discursos al respecto. Pero hay un serio problema con estos razonamientos. Eluden el hecho innegable de un juego suma-cero: lo que entra al bolsillo de Carlos Slim sale del bolsillo de los consumidores mexicanos. Y la porción que se embolsa es más de lo que le debería tocar. Más de lo que el gobierno debería permitir.


No tenía que haber sido así. Todos los países enfrentan los mismos dilemas pero muchos han sabido resolverlos mejor. Todos los gobiernos negocian con las compañías de telecomunicaciones y llegan a acuerdos aceptables sobre los márgenes de ganancia y las tarifas ofrecidas. Todas las economías exitosas y competitivas cuentan con una buena regulación. Tienen a alguien que pelea en favor de los precios bajos y las tarifas reducidas y la competencia y la buena calidad y los intereses del público. Tienen telecomunicaciones que fomentan la competitividad como en la India, donde una llamada a Estados Unidos es increiblemente barata. Pero México no es así. México no puede ser así. México jamás va a ser así mientras el gobierno se siente en la mesa de Carlos Slim en vez de regularlo. Mientras la clase empresarial lo perciba como un ejemplo a seguir en vez de un cuello de botella. Mientras los medios no hagan las preguntas necesarias y la investigación indispensable. Mientras la población siga pagando la cuenta porque cree que no tiene otra opción.


Pero hay otra opción y es la del gobierno que actúa. Hay otra ruta y es la del ciudadano que lucha por sus derechos. Hay otra salida e implica abrir la puerta regulatoria. Hay otro camino y es el de candidatos presidenciales que enfrenten el problema en vez de evadirlo. Hay otro escenario y entraña confrontar al señor Slim con sus propias palabras, cuando dice: "México debe estar a la vanguardia de la nueva civilización digital". Pues eso sólo ocurrirá cuando las tarifas de la telecomunicaciones en México se vuelvan internacionalmente competitivas. Cuando la telefonía en México cueste lo mismo que en el resto de América del Norte. Cuando Telmex deje de provocar interferencia en los sistemas de telefonía por internet. Cuando el poder de Carlos Slim deje de ser un poder innombrable y se convierta en un poder regulado. Cuando importe más el consumidor que el multimillonario que ha contribuido a crear.

 

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